A Napoleón Bonaparte, se le atribuye la cita “cuando China despierte, temblará el mundo” y 200 años más tarde podemos concluir que razón no le faltaba. En los últimos años, China es una de las economías que más ha crecido a nivel mundial. De hecho, ha pasado de estar a principio de la década de 1990 fuera del top 10 de economías mundiales, mientras que a día de hoy ocupa el 2º puesto y las proyecciones indican que no es descabellado pensar que podría alcanzar el top 1 en pocas décadas. Pero, ¿realmente China ha dormitado durante todos estos siglos para despertar de una manera furibunda en los últimos 30 años, o es que quizás hay algo más que se nos escapa?
Pues verán, por un lado, hay que entender que la extensión de territorio que ocupa China es inmensamente grande, 19 veces más que España concretamente, y con una población de más de 1.400 millones de habitantes. Esto hace que esta zona del planeta sea muy rica en minerales y recursos naturales de vital importancia, tales como tierras raras, silicio, coltán y otros minerales estratégicos para la industria de las telecomunicaciones. De hecho, este aspecto geográfico de China forma parte de teorías geopolíticas como la del Heartland de Mackinder, y también ha sido analizado por autores recientes como Tim Marshall en su obra Prisioneros de la Geografía (2021).
Lo que se ha comentado en el párrafo anterior, se podría decir que es el combustible que alimenta el motor que impulsa a esta civilización. Y sí, ellos se ven como eso: una civilización milenaria que busca, de nuevo, ser el epicentro del mundo. Verán, lo que les cuento no es tan descabellado. Asia ha sido desde siempre un centro neurálgico del comercio mundial, ejemplo de ello es la ruta de la seda original. Incluso autores como Kenneth Pomeranz tratan esto en su libro La gran Divergencia (2024), donde, extrapolando datos de desarrollo económico de épocas pasadas en otros más modernos, el autor analiza cómo a lo largo de los siglos, China ha sido el motor económico del planeta hasta dos momentos muy concretos: la colonización de Asia por las potencias occidentales y el consiguiente peso que esto tuvo durante la revolución industrial, la cual llegó a esta parte del mundo tarde, de hecho muy tarde.
Sin embargo, tal y como se ha contado al principio, China ha despertado y parece decidida a recuperar ese puesto prominente en el liderazgo económico mundial. Gran parte de culpa en su rápido desarrollo la ha tenido la globalización, con la apertura de nuevos mercados, deslocalización de las cadenas globales de valor, el auge del libre comercio, la expansión y auge de las telecomunicaciones, etc. Tanto ha tenido esto que ver, que a día de hoy la economía es su principal herramienta no solo económica propiamente dicha, sino también política.
Esto quiere decir que el gigante asiático utiliza estos medios para ganar influencia internacional. A día de hoy, aunque la marina del Ejército Popular de Liberación se ha convertido en la mayor del mundo en número de buques, su capacidad de proyección global todavía es limitada en comparación con EE.UU. Por eso no puede proyectar su influencia militar más allá de sus fronteras con la misma contundencia. No obstante, lo que sí tiene es una de las flotas mercantes más potentes del mundo, y la mayor red de puertos interiores del planeta. Por si esto fuera poco, también cuenta con una participación importante en otros puertos clave a nivel mundial. Así, el comercio es hoy su principal estrategia geopolítica, y le está funcionando, a tenor de los datos y las proyecciones de crecimiento.
En el otro lado del tablero, EE. UU. mira el ascenso de su competidor con recelo, porque sabe que la expansión de la influencia de este último puede poner en jaque el liderazgo americano como potencia mundial. Por ese motivo, desde el año 2011, la política exterior norteamericana pivotó desde Oriente Medio hacia la región de Asia-Pacífico, siendo esta última de capital importancia para la administración norteamericana, donde gran parte de los esfuerzos se centran en impedir la expansión de la influencia china. Veremos a ver en los próximos años cómo se dirimen las tensiones derivadas de la lucha de influencia que se generen en esta región.
Mientras tanto, y en el interim de un posible enfrentamiento, EE. UU. se enfrenta a la tesitura de tener que debilitar a su enemigo. A la vista de que eso no va a ser posible por la vía militar —no mientras Taiwán siga manteniendo su independencia— se verá obligado a lidiar con el gigante asiático en el campo de la economía y el comercio mundial. Pero, ¿cómo la sociedad más consumista del mundo puede evitar que el principal productor mundial no se vea favorecido por esta tendencia? Ahí está la clave del asunto, y lo que marcará el devenir de esta guerra económica encubierta, que cada día es menos encubierta.
